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Por Luciano Villalba.
El mito de Dionisios
El teatro en su origen es algo desconocido. Pertenece al conocimiento oculto del universo cuando, donde, como, porque y para qué haya surgido el teatro en este planeta. Algunos mitos hablan del aburrimiento de los dioses, otros de la necesidad de purgar un sufrimiento enraizado en lo más profundo de la naturaleza humana, un dolor innominado y desconocido, que se presenta cada tanto para recordarnos que hay algo más, que este pequeño mundo social.
Tanto en una como en otra versión podríamos hallar una cuota de verdad, sin que se contradigan, ya que tanto la alegría como la tristeza, conviven armoniosamente en este mundo de luces y de sombras.
Elegir a Dionisios como el protagonista de este relato, tiene que ver con la risa y el llanto, porque su vida misma, es la encarnación de estas contradicciones llevadas al extremo, para ser superadas por una nueva forma de actuar en este mundo.
En el comienzo, Dionisios, siendo tan solo un niño, fruto de la relación entre Zeus y Perséfone, diosa de las profundidades de la Tierra, es nombrado señor del universo. En ese cargo de tanta responsabilidad, reinaba con la pura inocencia de la niñez. La espontaneidad y la entrega desinteresada eran las leyes de ese tiempo primigenio, mucho antes de la aparición del ser humano sobre la faz del planeta. Sin embargo, este idilio habría de terminar, a causa del siniestro accionar de los Titanes, que por encargo de Hera, la esposa de Zeus, habrían de cargar con la muerte del pequeño. Esta, celosa por la infidelidad de su marido, les encargo a los titanes que maten y destrocen al niño, sin dejar rastros de su paso por este universo. Los Titanes, siempre dispuestos a obedecer a la diosa, y a realizar actos de violencia, engañan al niño entreteniéndolo con juguetes y frutas, hasta que en un momento lo matan y lo destrozan en pequeños pedacitos. Pero mientras se lo estaban devorando, llega Zeus, y con su rayo, totalmente cegado por la ira, los fulmina, dejando tan solo de ellos un rastro de cenizas. En el lugar del hecho, quedaba tan solo el corazón del niño, el cual Zeus tomo y se lo comió, para preservar dentro suyo, el último vestigio de su hijo. De las cenizas de los gigantes, moldeo los primeros seres humanos, que por causa de su origen llevaron en si la contradicción de ser, por una parte inocentes y puros como Dionisios, y violentos y oscuros como los Titanes.
Hasta aquí es la primera parte del mito de Dionisios. Simbólicamente esta secuencia representa la caída del ser humano en la diversidad. El niño representa la unidad, y su mutilación la aparición de esa diversidad. Lo que aparece más claro en este relato es la doble naturaleza del ser humano, que resulta ser la mezcla de lo uno, y lo diverso. Sin embargo, en la primera etapa de la humanidad prevalece lo diverso, es decir, la naturaleza brutal, que ignora la unidad universal de todas las cosas. Porque de saberlo, sabría que al hacer daño a otra criatura, se estría haciendo daño a sí misma. En esta etapa el ser humano desconoce su igualdad con el resto de los seres que habitan el universo. Desconoce que él, al igual que las otras creaturas, está hecho de la misma esencia, y que en definitiva, todo el universo es una unidad. Al ignorar esta realidad, se separa cada vez más del resto del universo, y paulatinamente, va creando un mundo particular, con códigos propios y valores igualmente personales. Esto hizo, que a lo largo de la historia de la humanidad los diferentes pueblos aparezcan enfrentados unos a otros, por la búsqueda del poder, del ser humano sobre el ser humano. En definitiva, el despedazamiento del niño Dionisios, representa el estadio en el que el ser humano se enfrenta a sus semejantes, movido por su propio capricho, olvidando la unidad original con todos los seres.
Pero el mito tiene una segunda parte. Resultó ser, que el tiempo pasó, y la raza humana se hizo más numerosa. Surgieron las diferentes culturas y prevalecía el enfrentamiento de unos contra otros, por el poder. He aquí, que Zeus, comete otra infidelidad a su esposa, pero esta vez con una humana: Sémele. Pero Hera, que nunca permanecía ajena a las actividades de su esposo, se entera y decide tomar medidas ella misma. Disfrazada de criada, le dice a Sémele, que le pida a Zeus que se muestre tal cual es, con toda su majestad divina, despojado de su aspecto mortal. Como Zeus una vez aceptado el pedido, no podía negarse a cumplir su palabra, el plan de Hera era infalible. Y en efecto, cuando Sémele pidió su deseo a Zeus, el no tuvo más remedio que cumplirlo, con lo cual pulverizo en un solo segundo a su amante mortal; pues el fuego de sus rayos de su luminiscente divinidad, era demasiado.
Pero Sémele estaba encinta y Zeus lo sabía, por lo cual, luego de fulminar a su amante, se apresuro a sacar del vientre a su hijo, que no era otro que Dionisios, en un proceso de renacimiento, esta vez bajo una forma humana. Como aún faltaban unos meses para completar su gestación, Zeus se lo metió dentro del muslo, para que el niño pueda terminar de formarse, sin que su esposa se entere. Una vez nacido, Zeus lo envía al centro del bosque, para que bajo la tutela de las ninfas crezca sano y fuerte, sin que nadie pueda encontrarlo; o de lo contrario su muerte sería inevitable. Pero el plan de Zeus funciona y niño crece hasta que al llegar a su juventud, decide dejar el bosque de su infancia, y recorrer caminos desconocidos. Allí, comienza su peregrinaje a través de todo el mundo.
En esta parte del mito comienza lo que simbólicamente puede considerarse <<el retorno a la unidad>>. Dionisios, al nacer nuevamente en un cuerpo humano, restablece en sí mismo la unidad anteriormente perdida. Todas sus partes vuelven a reunirse en este nuevo ser que es. Y a pesar de su mortalidad, en su ser interior es inmortal, porque recuerda quien había sido anteriormente: un ser divino. Y por eso sabe como ejercer ahora un accionar humano, pero en el plano de la unidad universal.
Hay un dato que es fundamental para conocer el significado profundo de este mito. Dionisios es conocido como el dios del Vino, lo cual puede interpretarse de muchas maneras. A lo largo de su peregrinaje por las tierras de Grecia y sus alrededores, él va rodeándose de los pobladores de los diferentes parajes, y reuniéndose con ellos para enseñarles la fabricación del vino, y la liturgia correspondiente a la elaboración y celebración de dicho brebaje. De forma general, esta celebración consistía en beber el vino, cantando y bailando en honor a la belleza del universo y se realizaban en primavera, porque es la época del florecer de la naturaleza. Muchas veces sin embargo, debido a que esta celebración iba en contra de las costumbres de tal o cual reino, los jerarcas de dichas poblaciones se oponían a este culto, por lo cual sus sacerdotes se veían perseguidos por las autoridades. Pero lo terrible de esta situación, era el castigo que imponía el dios para aquellos que se oponían a su ritual de unificación universal. Indefectiblemente, todos los que se opusieron a sus ritos murieron destrozados, bajo diferentes circunstancias; ya sea por animales, enemigos y incluso por sus propios parientes, como es el caso de aquel Rey de Tebas del que habla Eurípides en “Las Bacantes”. Este castigo comienza a mostrar el otro lado del ritual dionisíaco, que aparece como equilibrador cósmico, para compensar la sabiduría de la unidad, con la ignorancia de la multiplicidad. Unirse provoca alegría, en cambio separarse provoca tristeza. Para remarcar de forma aleccionadora la necesidad del ser humano de comprender esta unidad universal, el Dios, actuando de forma cruel, hace sentir en carne propia a sus enemigos, el dolor de la fragmentación; para que en un futuro, puedan también ellos mismos sentir la alegría de recobrar la unidad primigenia del universo. Hace de su ignorancia una realidad metafórica.
A esta altura del mito ya están planteados los dos aspectos de la naturaleza humana, que serán al mismo tiempo los pilares de la dramática teatral. El renacimiento del dios y sus rituales de música y danzas simbolizan la unidad, la felicidad y la risa, que es explorada por medio de la comedia. La segunda parte, cuando el dios castiga a sus enemigos con la misma prueba de dolor que tuvo que pasar, en una vida anterior, siendo tan solo un niño, simboliza la diversidad, la tristeza y el llanto explorado por medio de la tragedia. Estos dos aspectos aparentemente contradictorios se hermanan sin embargo, en la figura del dios. Por lo cual, fue entronizado como la divinidad teatral por excelencia. Y aquí, la fabricación del vino cobra importancia capital. El significado de este brebaje tiene dos lecturas básicas, una literal y otra metafórica. Hay un vino que duerme, y otro que despierta. El primero tiene que ver con el aspecto concreto del vino como tal, considerado una bebida embriagante, que altera la percepción normal de la realidad y desinhibe los patrones culturales de la persona, liberándola para accionar en otro plano de la realidad, donde los límites se alteran y las cosas que hasta el momento parecían lejanas se tornan más íntimas. La consecuencia de la utilización de este tipo de vino está a la vista. En principio encarnan la esencia del dios, porque esa embriagues torna a la persona más amistosa, lo cual contribuye a la unidad universal. Pero también, el exceso inmoderado de esta bebida hace que esa misma amistad se torne enemistad y la diversidad prevalezca nuevamente. En definitiva, si en un principio abría los sentidos, en una segunda etapa, los embota, encerrando a la persona en un mundo de impresiones oscuras e ilusorias, que no hacen más que engañarlo, alejándolo poco a poco de la realidad a la cual en un principio se había acercado.
Pero esta concepción es la más baja, más propia del ámbito social, que del teatral. El vino dionisíaco, considerado desde un punto de vista artístico, es un vino espiritual, que abre la conciencia a la realidad de la unidad cósmica, en cuanto a que despierta las herramientas para restablecer las conexiones que unen la inspiración poética, directamente con las fuentes vírgenes de universo. Conecta al poeta con las fuentes primeras de la inspiración. Beber el vino, es beber la sabiduría del dios que fue Uno, perdió esa unidad y luego renació recobrando esa antigua totalidad, conociendo de ese modo la forma de alcanzar el estado divino. Música, danza, ditirambos y vino espiritual constituyen la liturgia del dios. El teatro, en su aspecto más profundo, libre ya de cualquier tipo de moda social, tiene como objetivo primordial celebrar esta liturgia tan antigua como el teatro mismo.
Esto es en principio lo que establece una diferencia radical en las diferentes formas de hacer teatro. Están aquellos que actúan tomando como parámetro el afuera, y están aquellos que hacen teatro tomando como parámetro el adentro, es decir su mundo interior, dejando en segundo plano, las pautas culturales de su tiempo. Esta segunda forma de hacer teatro, es el arte dionisíaco. Explorar el mundo interior es beber el vino espiritual, entrar en el estado de embriaguez que restablece la unidad con todas las cosas. Y por eso mismo, por el peso de este trabajo, es necesario sumergirse de lleno en este nuevo mundo, dejando lo demás en un segundo peldaño de importancia. Esto no significa que nos olvidemos de nuestro tiempo y sus reglas, porque aunque uno quisiera hacerlo no podría, porque la cultura esta tan arraigada a nuestra forma de ser, que hasta nuestro lenguaje y su estructura están basadas en ella. Por lo cual aunque nos fuéramos a una isla desierta, seguiríamos atados a la sociedad. Lo que sí es posible, y es el terreno donde trabaja el teatro, es aprender a discernir, que es lo que viene impuesto desde afuera y que es lo que nace desde el interior y pertenece a la naturaleza. Porque en la medida en que por medio del trabajo interior, podamos ampliar el campo de acción en este nivel, gradualmente iremos encontrándonos con lo esencial de cada cosa, y en la medida en que podamos reconocer lo esencial de cada cosa, iremos recobrando la unidad primigenia, ya que solo en lo esencial todas las cosas son una. Mientras vivamos en la superficie, todas las cosas serán diferentes. Pero en la medida en que uno pueda reconocer en si mismo su naturaleza esencial, podrá del mismo modo experimentar en sí mismo la esencia del resto de los seres, accediendo así a una forma de vida completamente distinta, a la de los seres fragmentados.
La sociedad actual, en su aspecto general, esta simbolizada por el niño fragmentado, donde el aspecto titánico prevalece. Cada artista y específicamente cada actor, en el sentido dionisíaco del término, es el dios en su peregrinaje, que en su paso por los diferentes poblados se encuentra con las autoridades que prohíben sus ritos, y frente a los cuales, él, el dios, el actor, debe restablecer el equilibrio universal, desmembrando a ese jerarca de la ley humana, para celebrar el ritual del vino espiritual. De forma arquetípica, la puesta en escena es la celebración de la fragamentación, desmembrar al jerarca significa exponer de forma exacerbada la realidad social, llevándola a un límite al cual el espectador nunca se habría atrevido a llegar. Desmembrar la realidad es abrirla a todas las posibilidades sensoriales, para llegar por medio de esta ampliación de la experiencia universal, a alcanzar el polo opuesto de la unidad, ya que solo a través del ejercicio del exceso, se alcanza el vacío. Y en el vacío, descansa la unidad. La forma en que cada uno lo haga, va a depender de su propia naturaleza. Lo central en el significado simbólico de este mito es la estructura primigenia que devela, respecto de la unidad, la diversidad y la recuperación de la unidad. Otros significados mas se desprenden de este mito, los cuales cada uno ira tomando conciencia gradualmente, ya que encierra significados dentro de los significados. En definitiva, el camino de la creación es largo y lleno de obstáculos, y asumirlo lleva consigo la consecuencia de tener que superarlos. El teatro desde esta perspectiva, no consiste en asumir la creación de un personaje como el acto de ponerse una máscara y jugar a ser otro.; sino que el actor ha de quitarse la máscara primero, para descubrir cuál es el personaje que debe interpretar, porque el drama no es la exposición de una ficción literaria, sino que es el accionar concreto dentro de una realidad interior.